Nuestros dos hermanos guasones, quizás ahítos del caldo de Tentudia, se marcharon del lugar sin vislumbrar la cruz tras la que se ondulaba el paisaje extremeño. Vive dios, decían, allí no había más cruces que las de la iglesia del monasterio.
Esta que yo fotografié debieron llevarla a restaurar justo después de marchar de la zona. Pero más extraño aún es que ni Chincheta ni Candela descubrieran el juego de los monjes des-carados. Dos amantes de la fotografía como ellos, amén de amantes de tonterías de este tipo, no podían pasar por este lugar sin quedar inmortalizados cual monjes guasones originales.
Yo sí lo hice, claro. Como es lógico ya en el origen de la hermandad Pepote era el monje escriba, así que ahí se me ve con mis pergaminos a cuestas.
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